Aunque suene a una especie de locura o antes que alguien diga que llamen a los médicos porque David comenzó a "escuchar voces" aclaro que se trata de un artículo de opinón.
El periodista John Carlin explica en su libro recopilatorio llamado "El Futuro es lo que era", una especie de reflexión sobre lo que significa para el fútbol para las masas .
Más allá del glamour, de los premios, las copas ganadas, los superautos, supermodelos, vacaciones exóticas que tienen sus protagonistas, el fútbol es un deporte que levanta pasiones, casi (o mucho más) de lo que puede hacerlo alguna de las religiones monoteístas que conocemos.
El siguiente texto fue firmado el 9 de diciembre de 2018 y se titula:
EL FÚTBOL VINCIT OMNIA
No sé quién fue que dijo que el
fútbol era el fenómeno social más importante y menos importante que había,
pero, aunque durante mucho tiempo creí que acertaba, ya no estoy tan seguro.
Temas familiares aparte, empiezo a
pensar que quizá el fútbol es lo más importante, y punto. Al menos, en tiempos
de paz. Claro, habrá gente que dirá, visto lo visto con Boca y River, ¿qué paz?
Que los dos grandes clubs argentinos tengan que disputar la final de la Copa
Libertadores a 10 000 kilómetros de la ciudad que comparten, en Madrid, para
evitar actos de violencia no habla muy bien del pasatiempo favorito de la
humanidad.
Yo respondería, primero, que dado el
cóctel de factores que inciden en tantos partidos en Argentina —la incomparable
pasión por el fútbol, las drogas, la corrupción, etcétera—, deberíamos dar
gracias que ante una cita tan importante como esta gran final las cosas no han
ido a más; que no ha habido muertos, por ejemplo.
Segundo, y mucho más importante, el
fútbol es más que un pasatiempo, es más que un deporte, es con diferencia la
religión que más devotos tiene. Comparemos las víctimas mortales que ha cobrado
el fútbol con las de las otras grandes religiones, como el cristianismo, el
islam, el comunismo o el fascismo: estamos hablando de cifras infinitesimales.
Su relativa benevolencia aparte, un
argumento fuerte a favor de la suprema importancia planetaria del fútbol es que
no hay fe que tenga más adeptos o que más emociones despierte.
El fútbol no ofrece una explicación
de los misterios del cosmos, es verdad, ni tampoco promete paraísos terrenales
o vida después de la muerte, pero sí todos los propósitos temporales de toda
respetable religión. Nos da comunidad y consuelo; nos da dioses y santos; nos
da milagros; nos da momentos de eufórica trascendencia espiritual.
Y dudo bastante que el creyente medio
viva una misa con más intensidad que un partido. Por otro lado, no hay tema del
que más gente hable con más frecuencia y con más conocimiento que el fútbol. Me
dijo una vez Ferran Adrià, que es a la cocina lo que Picasso fue a la pintura,
que la gente hablaba más de comida.
Bueno, le invito a un debate cuando
quiera. Mientras: sí, por supuesto, todos hacemos comentarios en la mesa.
Muchas gracias, tía Loli, las lentejas están estupendas. Pero conversar en
profundidad sobre la comida, anatomizar los ingredientes y los métodos de
cocción, esto es cosa de especialistas. Todos comemos, si tenemos suerte, pero
pocos somos gastrónomos.
¿Qué más cosas hay? ¿Arte y
literatura? Deportes minoritarios. ¿La música? Sí, une a mucha gente, pero hay
tantos diferentes tipos de música como hay diferentes deportes y, cuando se
apaga, salvo una vez más que uno sea un especialista, se olvida. Un partido de
fútbol dura 90 minutos, pero se habla de fútbol por todos lados todas las horas
del día.
¿Y qué tal las vidas de los famosos
como tema de conversación?
No, ni de cerca. Con la posible
excepción de Trump u Obama, aunque creo que ni siquiera, no hay nadie más
famoso que Messi o Cristiano Ronaldo.
Messi es mucho más conocido y
admirado por más gente que el papa; Brad Pitt o Johnny Depp no se pueden
comparar con Cristiano en cuanto a renombre mundial.
Alguien me dirá que la política le hace
la competencia al fútbol. Alguien que no se entera. En mi larga carrera
periodística he escrito diez veces más sobre política que sobre fútbol, con lo
cual podría haber caído en la tentación de engañarme a mí mismo.
Pero la evidencia es aplastante: vaya
donde vaya por el mundo encuentro que lo que más rompe el hielo con un
desconocido es el fútbol. Incluso cuando he hecho entrevistas con políticos he
descubierto muchas veces que disfrutarían más hablando de fútbol que del
nacionalismo de turno, o de la crisis económica, o de las elecciones
pendientes.
Una vez en Sudáfrica logré conseguir
una entrevista superexclusiva con un militante clandestino, el hombre más
buscado por la policía del apartheid. Cada momento juntos corríamos el riesgo
de que nos detuvieran. Pero, una vez establecida nuestra pasión compartida, no
pudimos evitar pasar la primera media hora hablando de su equipo, el Arsenal, y
de la Premier League inglesa.
Algo curioso que me ocurre en España
es que otros periodistas, habitualmente jóvenes, me entrevistan y me preguntan
si considero que el periodismo deportivo es una rama inferior de la profesión.
¡Por favor! ¡Es mucho más difícil ser un buen periodista deportivo que un buen
periodista político! ¡Requiere mucho más rigor! Por la sencilla razón de que
muchísima más gente sabe de fútbol.
Las fake news sobre temas políticos
se cuelan por todos los rincones de la Tierra debido a la ignorancia o falta de
interés de la gente. En el fútbol se cuelan mucho menos porque aquí la gente
está plenamente informada y no se deja engañar.
Un dato más para rematar: cuando hay
goles en un Boca-River, los que miden los movimientos sísmicos registran
terremotos en Buenos Aires. El mismo fenómeno se ha detectado durante partidos
en Barcelona o en otros lugares del mundo. No tengo conciencia de que haya
habido ningún terremoto al anunciarse un resultado electoral. Terremotos
metafóricos, eso sí.
Un ejemplo sería lo sucedido el fin
de semana pasado en el país donde se juega el Boca-River este fin de semana, la
conquista de doce escaños parlamentarios en Andalucía por parte de un partido
de hooligans —o «barras bravas», como los llamarían en Argentina — llamado Vox.
Están en contra de los inmigrantes,
los catalanes, los homosexuales, las mujeres, los negros, etcétera, y durante
unos días han dado tema a los programas de radio. Pero dudo que lleguen muy
lejos. Quiero creer que un porcentaje importante de los 400 000 infelices que
votaron por ellos saben bastante menos de su programa político que sobre el
plan táctico del Betis, del Sevilla o del Unión Deportiva Almería.
Lo que sé con seguridad es que el
resto de la humanidad se interesa mucho menos por lo que pasa en la política
española que por lo que pasará en el River-Boca. No olvidemos nunca la
deliciosa ironía de que el personaje español más famoso del mundo es el muy
catalán Pep Guardiola, seguido por Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Sergio
Ramos, Gerard Piqué y al menos veinte otros jugadores —más Rafa Nadal, al que
le gusta más el fútbol que el tenis—. Con todo el respeto, el actual presidente
de Gobierno español no entra ni en los primeros cien.
Sobre el autor: John Carlin es un periodista británico con una muy dilatada trayectoria que le permitió viajar a varios continentes. ¿Historias? Seguramente tiene muchísimas, más de lo que nos imaginamos, razón por la cual, muchos de sus compañeros y jefes, deciden rendirle homenaje con publicaciones de sus propias columnas. Pero si quieren saber más de él tienes tres vías: la primera es ver su biografía en wikipedia. La segunda es leer el libro, donde el mismo se define como lo que es y la tercera, realizar la búsqueda por ti mismo. (Yo empezaría desde el 3,2,1).